Un hombre, un niño.
Caminaba con los ojos desorbitados, quizás un poco más pálida de lo normal en busca de alguien que me socorriera. No había nadie. Me desplomaba sobre mis piernas, sobre el frío pasto invernal. No escuchaba, como caía el agua un poco más allá, tampoco notaba como el día se apagaba.
Cerré los ojos en espera que algún ser humano se acercará hasta donde estaba, el cansancio me había derrotado. Pasaron largas horas, hasta que el rocío me desperto. El sol había comenzado a dar sus primeros rayos y estabas junto a mi. No decías nada, sólo mirabas como intentaba mover mi cuerpo de la hierba. En un acto de caballerosidad, me tendiste tu mano, la tomé como si nunca hubiese conocido ese gesto...estabas ahí, sin palabras, sin sonrisas, sin preguntas.
El olor de un nuevo día entraba en mi. Me llevaste, me guíaste. Intente inútilmente buscar algún indicio que me dijiera de donde eras o el lugar al que nos dirijiamos. Pero tú sólo te preocupaste de no hacerme tropezar....
El camino era largo, pero no me sentía agotada. Tú seguías ahí en el más intenso silencio. Anduvimos un poco más...me sentí extraña, porque no percibía los aromas originales, no había seña de algún perfume. Fue cuando noté que tu tampoco tenías un perfume determinado. Me sentí afligida,nerviosa, perturbada...Me miraste y cruzastes tus primeras palabras. Era tan dulce tu voz, tan quieta, que más tarde se convirtió en mi único apoyo. Tus sílabas penetraban en mi vida como un canto, alimentabas mis días con palabras. Crecía, crecía...
Un día desperté pensando en ti. Ahí estabas, nuevamente junto a mi. Me mirabas con aquella sonrisa natural, con tus ojos de niño...Como cada mañana, el aroma se había ido a visitar otros lugares, otros espacios y nosotros estabamos rodeados sólo del canto de tu voz.
Me enamoré de un hombre sin perfume.